Un relato hacia el mirador

No se tenía muy claro el recorrido desde un principio, no obstante, el destino si estaba fuera de la penumbra... El Jardín Botánico de Bogotá se definió como ese punto para desgranar la creatividad.

¿Cómo describirlo? ¿Cómo narrarlo? Desde el punto de partida, la Universidad Minuto de Dios, la sede la calle 80 para ser más exacto. El grupo se disponía a partir, y susurraba la hora más del medio día. 12:05 p.m. en exactitud.

La orientación marcó el primer punto de encuentro, al frente del centro comercial San Francisco, pasando el puente de la estación Minuto de Dios de Transmilenio, el conjunto de compañeros poco a poco llegaron allí.

Cada grupo segmentado llegaba a tiempos diversos, el maestro Campuzano ya estaba en espera del conglomerado para visualizar la partida general.

No pasó mucho tiempo para que en gran medida casi todo el conjunto definiera la salida, se solicitaron diversos vehículos con el apoyo de diversas aplicaciones: Didi o Cabify, los grupos definieron su movimiento en relación a capacidad del vehículo, y por supuesto del bolsillo de cada uno.

El compañero Fernando Muriel llegó al punto de encuentro, momento justo de salida del último vehículo del grupo, nos fuimos los dos más cómodos en un taxi más conocido como "zapato" que arrancó con el conglomerado pasadas las 12 y media. Pocas palabras nos dirigió el taxista de nombre John Chacón, que se esfumaron entre el trancón y el deseo de llegar pronto.

Minuto a minuto hasta ver el arrimo de unos árboles al fondo de nuestro intrincado camino de asfalto y ruido, llegamos a la 1:05 p.m. a nuestro esperado destino, todavía a la entrada un tumulto de comercio se pierde entre los colores y el verdoso contexto. El tiquete de entrada nos costó para cada uno $5.000, un valor que catapulta a un contexto fuera del enredo ruido y distante estrés capitalino.

En este punto de pago, la cajera de nombre Luz Marina nos recomendó su sitio favorito... De nombre el mirador. Y en ese instante me causó curiosidad ese sitio, ya por fin tenía un destino con más certeza, ahora todo sería un poco más aterrizado, porque hace muchos años no visitaba este hermoso santuario de la vida vegetal. ¿Qué siguió? Una revisada a nuestros morrales en los torniquetes, y bienvenidos al follaje verde en medio del follaje gris.

Una vez dentro del jardín, nos acercamos al grupo que ya estaba alrededor de un guía de nombre Sebastian, nos explicó diversos puntos relevantes al interior del jardín, y demarcó tres miradores, ¿Cuál sería realmente al que me dirigiría? Me liberé un poco de esa inquietud, y me dejé llevar por la noción de avanzar y permitirme enzarzar por el espesor de los árboles y su silencio atrapante.

A la 1:17 p.m. arranqué mi caminar por el sendero, solo... Con tanto verdor... Inmediatamente me estrellé con un conjunto denso llamado jardín de los Helechos, aterrado por ese caudal de árboles muy húmedos y acogedores, de un momento a otro escanee la palma copito y al otro instante me estrellé a la Maloka a la 1:25 p.m., un cambio notable pasar de este baile de helechos a esta casa bastante rústica y con aire de sabiduría.

Me acerqué a esta imponente casa, a pesar de estar cerrada, pude consignar un poco de su descripción, un centro ceremonial de la etnia Uitoto que engalana las raíces aborígenes de la Amazonía colombiana. Su parte estructural representa el esqueleto de la madre ancestral, un canto a la cultura y la sublimación de la naturaleza en un mítico lugar.

Más que el silencio como acompañante, su diseño invita a replantearse lo rústico como algo más que acogedor, al divisar su interior se distingue más que un círculo de sillas alrededor del fuego como el protagonista de la casa, diversas artesanías e instrumentos musicales que engalanan  y entregan notas mágicas de incontables rituales que pueden resonar más allá de nuestros adentros que permite este recinto.

En efecto, me tomé unos minutos para dejar que la imaginación en este espacio lleno de ímpetu y espiritualidad tomara un poco de mi sentido y esencia, pero debía avanzar con mi sendero al mirador.

Entre el marrón del techo de la maloca, fui a pasar al pardo de la hojarasca de otro sendero, un demarcar de árboles que me invitaban a otro punto de este baile de árboles silenciosos. Me encontraba ahora en otro jardín de plantas carnívoras, una alegoría a estos inquietos y voraces seres vivos.

Cada una con su estatua algo perdida entre arbustos y prado, pero articulada a la estancia con personalidad y recelo, ya la hora marcaba la 1:30 p.m. y me hallaba escudriñando más a fondo de estas estatuas y placas, el nombre y los tantos insectos que se han devorado entre el tiempo y abandono estos imponentes exponentes de vida.

En este punto, me acompañaba el sonido de las aves, el viento y el cálido aroma de bosque húmedo, la suma de la incontable hojarasca y la sombra incesante me invitaba a reflexionar el valor de la naturaleza, su debido cuidado y apoyo, pero las obligaciones y ruido de la ciudad pueden interrumpir momentos tan agradables como este.

Cinco minutos después, me hallé caminando por el centro científico del Jardín Botánico, donde se alcanza a visualizar por las vitrinas bastantes plantas en diversos frascos, todo un cúmulo de ideas e iniciativas de todo tipo para conocer mucho más este inmenso reino vegetal.

Este punto se encontraba cerrado al público, hice una pasada muy fugaz, sólo para registrar un poco de esa iniciativa investigativa que es destacable desde todo punto de vista. Al rato... 1:38 p.m. me hallé en otro bosque de niebla y trepadoras, un paisaje que aproveché para registrar algunas flores en extremo bellas.

En este punto ubiqué una mirada que se dirigía a mi, tenía esa sensación de ser observado, y cuando por fin encontré ese animal que me indagaba, chocamos nuestras miradas, un felino curioso que le extrañaba mi caminar anómalo, ya que salía del sendero para fotografiar los árboles.

Un encuentro bastante grato debo decir, ese contraste de colores del gato se perdía con los árboles en claroscuro y la sombra de los microclimas de la espesura de las enredaderas. 

Ya no estaba tan solo desde mi encuentro con este minino, debo decir que encontré una especie de estructura de piedra colonizado por enredaderas, y un niño que paseaba por aquí me permitió tomarle un registro fotográfico, la hora marcaba la 1:46 p.m. y me dejaba atraer por lo atractivo de esta zona, una estatua de San Agustín engalanaba una de las aristas de este espacio, un charcal para animales también ubiqué allí.

Curioso cómo pasaba de una casa de investigación hace unos minutos, y luego me topaba con un aparente santuario que parecía una fotografía de una cultura de muchos años en el pasado, parecían viajes en el tiempo donde entre microclimas, raíces y hojas brincaba para explorar e indagar.

Luego de hacer algunos registros retomé el camino del sendero de piedra, avancé unos metros y divisé un espejo de agua, un grupo de juncos a sus alrededores me intrigaban, por su belleza y potencia de colores, en ese observar alcancé a divisar en mi recorrido al compañero Fernando Muriel, estábamos realmente cerca al mirador.

Se visualizaba una pequeña colina que se desprendía del sendero de piedra para aumentar su altura y ponerse más a la medida de algunos árboles, allí en la cima estaba el mirador, de madera para coincidir con la naturaleza... Y una vista bastante alejada de una ciudad, con el compañero Fernando compartimos panorámica de esta vista que sólo tomaba una pequeña fracción del jardín Botánico.

360 grados de diversos verdes en compañía de un cielo algo lleno de nubes, un sol que golpeaba con fuerza, sonidos de un bosque húmedo colombiano copado de vida y tranquilidad, en medio de la ciudad ajetreada y ruidosa. Un aparente punto aparte que parece más una utopía con el pasado, con lo que fuimos y permitimos que se hiciera lugar con la naturaleza.

El mirador, un punto para reflexionar, para distraerse, para maravillarse con la vida, para desconectarse del caos citadino, para reencontrarse consigo mismo y con el actuar hacia la naturaleza: nuestra casa común.

La hora marcaba 1:50 p.m. y mientras disfrutaba la agradable vista escuché un sonido extraño, al bajar del mirador siguiendo este ruidito anormal me encontré con un ave exótica bastante hermosa, colores en degradado, y muy relajada de mi presencia, al seguirla terminé alejado del sendero, y terminé curiosamente en otro mirador.

No lo tenía en mis planes, pero también lo subí, estaba de nuevo en solitario, y con otra fracción del jardín distinto que tuve en el primer mirador, se alcanzaba a ver una cúpula de vidrio en parte de esta panorámica. Sólo pasaron 8 minutos entre un mirador y el otro, porque no me detenía... Dejaba que mi instinto tomara dirección en mi camino, al igual que el registro de árboles y diversos animales.

Alcancé a fotografiar también una mosca sobre un girasol pequeño, precisamente al lado del mirador lo encontré el insecto juguetón moviendo las patas de un lado a otro, tampoco se alertó de mi presencia cuando lo observé, en este sitio si que puede estar en paz. Todos los animales de seguro contemplan otra conexión en el jardín, algo que difícilmente se percibe en la ciudad.

Y una vez más, retomé el camino, y tomé otra ruta, la hora me indicaba  las 2:01 p.m., de nuevo entre la hojarasca y musgo, llegué a una zona de páramo, un paisaje bastante atractivo a la vista, donde registré una mirla y diversa vegetación que se encuentra en este tipo de ecosistema. 

El sol seguía impetuoso, y me escudé con la imponente sombra de los árboles grandes. Mientras seguía capturando fotos de mi incesante caminar.

Este sendero que visitaba me hacía pensar en lo fundamental que son los páramos para la biósfera, son llamadas "islas entre nubes donde nace el agua" y su tarea es crucial para la vida. 

Este recorrido ahonda en la reflexión del cuidado que debemos hacer del recurso hídrico, de todo nuestro actuar para cuidarlo y preservarlo con nuestras acciones, por mínimas que sean, harán siempre la diferencia. 

Los minutos avanzaron, y así me tope con una palma real, y qué curioso, se veían muchas más, parecían rayas que pincelaban el alcance de mi vista, el suelo le adornaba con unas hiedras, que belleza ese contraste de palmas reales con el verde marcado de la hiedras. Un poco al fondo unas palmas tenían unos tejidos bastante interesantes a la vista, una muestra de la cultura Tawala wayuu.

Me agradó encontrar también la cúpula de cristal que hace poco había observado desde el segundo mirador del jardín, parecía un vivero con un aspecto más grande del común. Adicional a esto, se veía el nombre de Bogotá en un plástico gigante para engalanar a un costado del camino de piedra, un escenario para las fotografías de los turistas que encontrarán este punto atractivo para consignar.

Unos pasos más, y me llamó la atención la colección de Melastomatáceas, un cúmulo de plantas tropicales que goza de colores fuertes y llamativos, un escenario perfecto que bordeaba un espejo de agua que da la bienvenida a todos los que llegan al jardín Botánico.

Eran las 2:13 p.m. cuando me hallaba registrando detalles de diversas flores, no podía irme sin detallar esos colores tan vivos que impregnan el alma y dejan un nítido recuerdo de la fuerza que emerge de la vida vegetal de este sector. ¿Cuánto cuidado? Olores desconocidos pero sobre todo potentes se sentía al acercarme a estas plantas. 









Otra cosa que me atrapó fue la piel de los árboles, madera que entreteje su cuerpo de raíz hacia arriba con canales indiscretos y anómalos en su andar, espacios donde palpita la vida y se pasea el agua en cualquier vagar de lluvia, un diseño que sólo la vida abstracta puede esculpir con nitidez y soltura única.

En un par de minutos salté a otro lugar donde había un tumulto de flores exóticas, nada me pudo detener de acariciarlas con el lente de mi celular, qué cosa tan hermosa la imponencia de sus pétalos y olores... Suspiro al ver la belleza que emanaban estos seres, que susurran al viento con orgullo su presencia.

A las 2:23 p.m. conecté con una ruta diferente, y luego de un par de curvas arribé al puente que indica la salida del jardín, el sendero se transformó en calzadas con el rostro de diversas hojas de dicho santuario, algunas suculentas para despedir el recorrido mágico, un charco cristalino irreal, otro tanto de flores fuera de serie, colores y texturas únicas...Y una vista maravillosa del espejo de agua para remembrar el jardín botánico.

Al llegar a los torniquetes eran las 2:35 p.m., un suspiro largo despidió este sitio tan especial, evoca más de una meditación, y así culmina el relato hacia el mirador que expió más de una sensación de reflexión interna, un verde para trasladar a contextos de gris mate. 

¿Con ganas de regresar? con todo el entusiasmo de repetir la experiencia, y por qué no vivenciar otro sendero nuevo, que el jardín botánico tiene incontables rutas y miradas para evocar.

No es adiós, es un hasta luego, hasta un pronto nuevo mirador.

Comentarios