No se tenía muy claro el recorrido desde un principio, no obstante, el destino si estaba fuera de la penumbra... El Jardín Botánico de Bogotá se definió como ese punto para desgranar la creatividad.
La orientación marcó el primer punto de encuentro, al frente del centro comercial San Francisco, pasando el puente de la estación Minuto de Dios de Transmilenio, el conjunto de compañeros poco a poco llegaron allí.
No pasó mucho tiempo para que en gran medida casi todo el conjunto definiera la salida, se solicitaron diversos vehículos con el apoyo de diversas aplicaciones: Didi o Cabify, los grupos definieron su movimiento en relación a capacidad del vehículo, y por supuesto del bolsillo de cada uno.
El compañero Fernando Muriel llegó al punto de encuentro, momento justo de salida del último vehículo del grupo, nos fuimos los dos más cómodos en un taxi más conocido como "zapato" que arrancó con el conglomerado pasadas las 12 y media. Pocas palabras nos dirigió el taxista de nombre John Chacón, que se esfumaron entre el trancón y el deseo de llegar pronto.
Minuto a minuto hasta ver el arrimo de unos árboles al fondo de nuestro intrincado camino de asfalto y ruido, llegamos a la 1:05 p.m. a nuestro esperado destino, todavía a la entrada un tumulto de comercio se pierde entre los colores y el verdoso contexto. El tiquete de entrada nos costó para cada uno $5.000, un valor que catapulta a un contexto fuera del enredo ruido y distante estrés capitalino.
En este punto de pago, la cajera de nombre Luz Marina nos recomendó su sitio favorito... De nombre el mirador. Y en ese instante me causó curiosidad ese sitio, ya por fin tenía un destino con más certeza, ahora todo sería un poco más aterrizado, porque hace muchos años no visitaba este hermoso santuario de la vida vegetal. ¿Qué siguió? Una revisada a nuestros morrales en los torniquetes, y bienvenidos al follaje verde en medio del follaje gris.
A la 1:17 p.m. arranqué mi caminar por el sendero, solo... Con tanto verdor... Inmediatamente me estrellé con un conjunto denso llamado jardín de los Helechos, aterrado por ese caudal de árboles muy húmedos y acogedores, de un momento a otro escanee la palma copito y al otro instante me estrellé a la Maloka a la 1:25 p.m., un cambio notable pasar de este baile de helechos a esta casa bastante rústica y con aire de sabiduría.
Me acerqué a esta imponente casa, a pesar de estar cerrada, pude consignar un poco de su descripción, un centro ceremonial de la etnia Uitoto que engalana las raíces aborígenes de la Amazonía colombiana. Su parte estructural representa el esqueleto de la madre ancestral, un canto a la cultura y la sublimación de la naturaleza en un mítico lugar.
En efecto, me tomé unos minutos para dejar que la imaginación en este espacio lleno de ímpetu y espiritualidad tomara un poco de mi sentido y esencia, pero debía avanzar con mi sendero al mirador.
Entre el marrón del techo de la maloca, fui a pasar al pardo de la hojarasca de otro sendero, un demarcar de árboles que me invitaban a otro punto de este baile de árboles silenciosos. Me encontraba ahora en otro jardín de plantas carnívoras, una alegoría a estos inquietos y voraces seres vivos.
En este punto, me acompañaba el sonido de las aves, el viento y el cálido aroma de bosque húmedo, la suma de la incontable hojarasca y la sombra incesante me invitaba a reflexionar el valor de la naturaleza, su debido cuidado y apoyo, pero las obligaciones y ruido de la ciudad pueden interrumpir momentos tan agradables como este.
Cinco minutos después, me hallé caminando por el centro científico del Jardín Botánico, donde se alcanza a visualizar por las vitrinas bastantes plantas en diversos frascos, todo un cúmulo de ideas e iniciativas de todo tipo para conocer mucho más este inmenso reino vegetal.
En este punto ubiqué una mirada que se dirigía a mi, tenía esa sensación de ser observado, y cuando por fin encontré ese animal que me indagaba, chocamos nuestras miradas, un felino curioso que le extrañaba mi caminar anómalo, ya que salía del sendero para fotografiar los árboles.
Un encuentro bastante grato debo decir, ese contraste de colores del gato se perdía con los árboles en claroscuro y la sombra de los microclimas de la espesura de las enredaderas.
Curioso cómo pasaba de una casa de investigación hace unos minutos, y luego me topaba con un aparente santuario que parecía una fotografía de una cultura de muchos años en el pasado, parecían viajes en el tiempo donde entre microclimas, raíces y hojas brincaba para explorar e indagar.
Luego de hacer algunos registros retomé el camino del sendero de piedra, avancé unos metros y divisé un espejo de agua, un grupo de juncos a sus alrededores me intrigaban, por su belleza y potencia de colores, en ese observar alcancé a divisar en mi recorrido al compañero Fernando Muriel, estábamos realmente cerca al mirador.
No lo tenía en mis planes, pero también lo subí, estaba de nuevo en solitario, y con otra fracción del jardín distinto que tuve en el primer mirador, se alcanzaba a ver una cúpula de vidrio en parte de esta panorámica. Sólo pasaron 8 minutos entre un mirador y el otro, porque no me detenía... Dejaba que mi instinto tomara dirección en mi camino, al igual que el registro de árboles y diversos animales.
Alcancé a fotografiar también una mosca sobre un girasol pequeño, precisamente al lado del mirador lo encontré el insecto juguetón moviendo las patas de un lado a otro, tampoco se alertó de mi presencia cuando lo observé, en este sitio si que puede estar en paz. Todos los animales de seguro contemplan otra conexión en el jardín, algo que difícilmente se percibe en la ciudad.
Y una vez más, retomé el camino, y tomé otra ruta, la hora me indicaba las 2:01 p.m., de nuevo entre la hojarasca y musgo, llegué a una zona de páramo, un paisaje bastante atractivo a la vista, donde registré una mirla y diversa vegetación que se encuentra en este tipo de ecosistema.
El sol seguía impetuoso, y me escudé con la imponente sombra de los árboles grandes. Mientras seguía capturando fotos de mi incesante caminar.
Este sendero que visitaba me hacía pensar en lo fundamental que son los páramos para la biósfera, son llamadas "islas entre nubes donde nace el agua" y su tarea es crucial para la vida.
Este recorrido ahonda en la reflexión del cuidado que debemos hacer del recurso hídrico, de todo nuestro actuar para cuidarlo y preservarlo con nuestras acciones, por mínimas que sean, harán siempre la diferencia.
Me agradó encontrar también la cúpula de cristal que hace poco había observado desde el segundo mirador del jardín, parecía un vivero con un aspecto más grande del común. Adicional a esto, se veía el nombre de Bogotá en un plástico gigante para engalanar a un costado del camino de piedra, un escenario para las fotografías de los turistas que encontrarán este punto atractivo para consignar.
Unos pasos más, y me llamó la atención la colección de Melastomatáceas, un cúmulo de plantas tropicales que goza de colores fuertes y llamativos, un escenario perfecto que bordeaba un espejo de agua que da la bienvenida a todos los que llegan al jardín Botánico.
Eran las 2:13 p.m. cuando me hallaba registrando detalles de diversas flores, no podía irme sin detallar esos colores tan vivos que impregnan el alma y dejan un nítido recuerdo de la fuerza que emerge de la vida vegetal de este sector. ¿Cuánto cuidado? Olores desconocidos pero sobre todo potentes se sentía al acercarme a estas plantas.
Otra cosa que me atrapó fue la piel de los árboles, madera que entreteje su cuerpo de raíz hacia arriba con canales indiscretos y anómalos en su andar, espacios donde palpita la vida y se pasea el agua en cualquier vagar de lluvia, un diseño que sólo la vida abstracta puede esculpir con nitidez y soltura única.
En un par de minutos salté a otro lugar donde había un tumulto de flores exóticas, nada me pudo detener de acariciarlas con el lente de mi celular, qué cosa tan hermosa la imponencia de sus pétalos y olores... Suspiro al ver la belleza que emanaban estos seres, que susurran al viento con orgullo su presencia.
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